En Río, el Mundial provoca una inusual guerra de carteles

Esta Copa genera reacciones encontradas y no la alegre fiebre futbolística que acompaña otros torneos

 

RÍO DE JANEIRO.- Aunque parezca mentira, la pasión por el próximo Mundial de fútbol en Brasil demoró en encenderse en Río de Janeiro, y ahora que lo hizo, no fue precisamente como en otros años en los que una alegre fiebre futbolística invadía toda la Cidade Maravilhosa. Esta vez, los cariocas se dividen entre quienes se expresan a favor o en contra del inminente campeonato en casa.

En la última semana, una verdadera guerra de decoraciones callejeras se ha desatado en la ciudad. Mientras algunos vecinos decidieron, tardíamente, adornar sus calles con banderas brasileñas y serpentinas verdeamarelas, para continuar con una tradición festiva que comenzó en los años 70, muchas otras personas colocaron carteles en los que se quejan por los 11.000 millones de dólares que el gobierno gastó para celebrar el evento, cuando el país enfrenta serios problemas de salud, educación, transporte público, saneamiento básico y vivienda.

Una de las primeras calles en ser engalanada con cientos de banderines brasileños y estandartes de los otros 31 países que disputarán el Mundial, entre el 12 de junio y el 13 de julio, fue la rua Honório de Barrios, en el barrio de Flamengo. Pero la noticia no fue que finalmente el clima mundialista empezaba a adueñarse de Río, sino que en el segundo piso del edificio ubicado en el número 25 de esa calle, alguien había colgado una enorme bandera de Brasil con manchas rojas y la leyenda crítica: «¿Copa para quién?».

«Fue un adolescente que vive ahí, pero su padre ya le pidió que la retirara; no quiere llamar tanto la atención y teme que le tiren piedras contra la ventana», contó a LA NACION el portero del edificio, Lorenzo Soares, de 54 años. «El chico tiene toda la razón: éste es un evento que beneficia más a la FIFA que a Brasil. Pero nosotros lo pedimos y ahora que está por empezar no podemos arruinar la fiesta resaltando todas las fallas que tiene nuestro país», agregó.

Dueña de un departamento en la misma calle, la administradora jubilada María Aparecida Alves, 60, no quiso contribuir con su dinero a la «vaquita» que organizó la asociación vecinal para recaudar fondos para las decoraciones. Prefirió hacer una donación a una guardería para niños pobres.

«No estoy de ánimo para celebrar el Mundial acá cuando el nivel de la educación en Brasil es pésimo, los hospitales se caen a pedazos, el transporte público es un desastre y hay tantos niños viviendo en la calle», señaló.

Con Tufão, su bulldog francés, en brazos, la abogada Debora González, de 32 años, fue incluso más dura en su dictamen.

«El fútbol es el opio del pueblo brasileño. Quieren tapar todos los problemas que tenemos con este Mundial. Ojalá que Brasil pierda y la gente abra los ojos a la realidad. Yo no estaré hinchando por la selección e iré a las manifestaciones que haya contra la Copa», dijo antes de salir a caminar por el barrio, cuyas decoraciones mundialistas estaban matizadas con pintadas en las paredes con insultos como «Fuck FIFA» y su equivalente en portugués, «Foda-se a FIFA».

Ya en junio del año pasado, poco antes de la Copa Confederaciones, más de un millón y medio de brasileños salieron a las calles a protestar contra el despilfarro de 3700 millones de dólares públicos para construir o remodelar los estadios de las 12 ciudades sede. La violencia de grupos anarquistas como los Black Blocs alejó a mucha gente de las manifestaciones posteriores, pero este año continúan, principalmente impulsadas por sindicatos que también han convocado a varias huelgas y actos contra la FIFA y el gobierno de Dilma Rousseff.

Estos últimos días, la tensión social por el Mundial se hizo evidente en uno de los muros del Terreirão do Samba, cerca del Sambódromo. Allí, unos artistas callejeros habían pintado un mural con la imagen de Neymar, la joven estrella de la selección brasileña. Menos de 48 horas después, el dibujo había sido cambiado: sobre la cabeza del crack futbolístico se había pintado un pasamontañas negro, como los que usan los Black Blocs, y se habían pintado leyendas contra la FIFA y el gobierno. La Alcaldía se apresuró y volvió a pintar toda la pared.

En la favela Tavares Bastos, en el barrio de Catete, un gigantesco grafiti que muestra a Neymar junto a Lionel Messi, a Cristiano Ronaldo, al italiano Mario Balotelli y al uruguayo Luis Suárez permanecía todavía intacto este fin de semana. Pero pintada con tiza sobre el asfalto de la calle Dias da Cruz, en Méier, una enorme bandera brasileña había sido modificada con consignas como «Menos prisiones, más escuelas», «Más salud», «Mejor transporte público» y «Menos exclusión, más participación».

Sólo a mediados de esta última semana, la FIFA comenzó a engalanar las calles y avenidas de Río de Janeiro con sus coloridos carteles que dan la bienvenida a los visitantes. Pero ya el viernes último, uno de esos letreros, sobre la avenida Atlántica, en plena rambla de Copacabana, había sido arrancado de un poste y destrozado.

En el barrio de Vila Isabel, cerca del estadio del Maracaná, justo frente al Hospital Pedro Ernesto, un grafiti advertía: «Turistas, no se enfermen; tenemos estadio, pero no tenemos hospital».

«Faltan médicos, camas, medicinas, materiales básicos y aparatos para hacer exámenes. La salud no es una prioridad», dijo a LA NACION Rita de Castro, 51, empleada administrativa del hospital.

En la cercana tienda Fest Sonho, Alexandre Souza ordena banderas, sombreros y cornetas verdeamarelas en la vidriera y reconoce que la venta del cotillón está muy débil este año. «Creo que cuando empiecen los partidos el ambiente va a cambiar», apuntó, esperanzado..

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