Furor por las figuritas: completar el álbum enloquece a chicos y grandes

Cada sábado, algunos parques de la ciudad se convierten en mercados de trueque para cambiar las «figus» antes del Mundial

 

Fueron los primeros en llegar. Ayer, diez y media de la mañana, Federico Nadale y su hijo Juan Cruz, de 8 años, ya estaban ahí, debajo del paraguas y con el pilón de figuritas del Mundial en el bolsillo. Lo del parque Rivadavia como punto de intercambio lo supieron días atrás, arriba del colectivo 15, cuando Juan Cruz abría paquetes y repetía «late» (la tengo). Un muchacho los interrumpió con un secreto: «Vayan al parque el sábado a la mañana».

A los pocos minutos, Luis Villanueva y su esposa aparecieron junto a los Nadale con la misión de conseguir la decena que le faltaba a su nieto y sorprenderlo durante el almuerzo. Mirada cómplice entre los Nadale y los Villanueva, en mano los papeles faltantes, empezaron a cantar los números, «late», «late», «nola», la birome rápida para tacharla, y a medida que faltaban menos para llenarlo, más gente se sumaba al ritual de cada fin de semana.

El fenómeno impensado del intercambio en los parques de la ciudad que arrancó hace unos tres meses entró en la recta final. Porque todos (chicos y grandes) quieren llenar el álbum antes de que Brasil y Croacia den por comenzado el Mundial el jueves próximo.

Lo divertido es tenerlo abierto ahí, sobre la mesa, chusmear las caras de los jugadores y ver en qué club juega ese desconocido que la acaba de clavar en el ángulo. Y el parque Rivadavia, así como el Centenario o el de Las Heras, son puntos de la ciudad donde llenarlo se hace posible con un buen pilón y no más de cuatro o cinco encuentros.

Federico Saenz, programador web de 33 años, da fe de eso. Fueron tres reuniones con el grupo que él mismo creó en Facebook, y que ya cuenta con más de 700 miembros, «Coleccionistas de figuritas del Mundial», los necesarios para completar las 639 que se necesitan este año y así cumplir con lo que para él ya es una tradición que comenzó con el de Corea y Japón 2002. «Se generó una fiebre de las figuritas en todos los ámbitos. Me encontré con mucha gente grande muy copada en esto -cuenta-. Cada vez que nos juntamos se genera un clima de burbuja donde lo de alrededor no existe.»

La particularidad que Nicolás Sallustro, gerente de Panini Argentina, destaca de este Mundial respecto de los anteriores es que, a los niños que siempre suelen coleccionarlo, esta vez se le sumaron también muchos jóvenes y adultos. «Otra cosa que se viene dando además de este incremento de chicos y adultos que se juntan a cambiar en el parque Rivadavia -dice- son nuevos puntos de encuentro autoconvocados por coleccionistas de distintas zonas: shoppings, restaurantes de comida rápida y hasta lugares tan atípicos como… ¡una carnicería!»

A este «permitido» que se regalan los adultos, Sallustro lo ve como una forma de disfrutar, compartir y sumarse a una actividad lúdica que recrea recuerdos lindos de la infancia. Para Diego Herrera, pediatra de 40 años, se trata justamente de eso: una tradición que comenzó en el 86, cuando tenía 12 años y aún vivía en Colombia. Jugando al fútbol se había roto la tibia y el peroné, y su padre, para levantarle el ánimo, le regaló el álbum del Mundial. El de este año lo llenó ayer, en el parque Rivadavia, cuando le compró a 35 pesos dos escudos y un jugador a ese muchacho que las ofrece ahí por unidad.

La elección del parque Rivadavia como el centro de canje no es casual. Desde hace más de tres décadas la plaza de Caballito funciona como la sede para el trueque y la compra-venta de todo tipo de bienes culturales: desde libros y revistas hasta discos y estampillas, seguramente por su ubicación estratégica, justo en el centro geográfico de la Capital.

«Cuando era chico los domingos al mediodía venía a comprar discos de pospunk y veinte años después vuelvo con mi hijo para completar el álbum del Mundial. Por momentos, me parece que la ansiedad que sentimos cuando cruzamos Rivadavia es parecida a la que tenía yo en los 80, pero está claro que no es lo mismo venir a buscar una grabación pirata de Joy Division que la ‘late’ que nos falta para completar el equipo de Bosnia Herzegovina», comenta al pasar un habitué del parque.

Es cierto: los padres llegan a la zona de intercambio directamente con el álbum o con una listita en la mano -a veces impresa, a veces escrita a mano tal como se hacía décadas atrás- para ver cuáles les faltan. Pero los chicos no necesitan nada y de memoria saben si para ellos es ‘nola’ o ‘late’ aunque sea un jugador desconocido de Honduras, Corea del Sur, o Camerún.

Pero el fenómeno de las figuritas de este Mundial de Brasil es global. Una semana atrás el semanario inglés The Economist sacó un artículo titulado «Stickernomics» (algo así como la economía de las figuritas) dando cuenta del fenómeno y revelando unos números interesantes a los que llegaron dos matemáticos de la Universidad de Ginebra, Sylvain Sardy e Yvan Velenik: según sus cálculos, son necesarios un promedio de 899 paquetes para que alguien pueda llenar el álbum.

Pero atención, eso si sólo se va al quiosco y se compran paquetes. Cuando el intercambio se mete en el medio, los números, lógicamente, bajan. Ejemplo de los matemáticos: un grupo de diez personas que sólo intercambie entre ellos necesitará alrededor de 1435 paquetes en total para completar los diez álbumes.

A la hora del intercambio, sin embargo, se habla más de códigos que de reglas matemáticas. Si alguien llenó el álbum con esa que le faltaba, se le entrega el pilón. Y si en pleno intercambio, a uno le sirven varias más que al otro, igualar la cantidad recibiendo algunas repetidas -aunque no sirvan, claro-, se toma como un gesto muy loable. Y después, las negociaciones que nunca faltan. Como esos diez pesos que le cobró Ida Villanueva al de la casa de pastas por esa figurita que el otro no podía conseguir. O los valores que tienen las más cotizadas, esos que expone álbum en mano Agustín Piscicelli, de 13 años, con mucha claridad: «Messi vale por siete, Cristiano por tres, y otras difíciles como la parte de abajo de la Copa también por tres».

Sallustro derriba un par de mitos. Primero dice que no hay difíciles, que todas salen en la misma proporción. «Hay algunas que por ser las preferidas se intercambian menos y así se convierten en difíciles», apunta. El otro mito, ese que comprando en distintos barrios se consiguen menos repetidas, también lo tilda de falso: «La distribución se hace de forma homogénea», asegura. Y advierte algo: que han aparecido sobres falsificados, que el aspecto es más opaco que ese dorado metalizado original y que las figuritas suelen venir repetidas y estar impresas en mala calidad. ¿Su sugerencia? ?Devolverlas en el mismo lugar que se compraron.

Mariano Kopelman y Lorena, su mujer, les daban una mano a sus hijas Lara, de 6, y Abril, de 4. Es que Lara cantaba sin problemas los números de las que le faltaban hasta que llegó al cien: «Papá estos números no los sé decir». Ahí Mariano, que se confesó tan entusiasmado como sus hijas, tomó la posta y cerró el trueque. «En el recreo del colegio los compañeros están a full con las figuritas. Entonces las chicas no se quieren quedar afuera y también se enganchan», contó Mariano.

Federico y Juan Cruz Nadale ya se volvían para Palermo con una buena cosecha en el bolsillo, cuando Luis Villanueva, unos metros más allá, levantaba al cielo a Michael Umaña, la 283 de Costa Rica con que su nieto iba a llenar el álbum ese mediodía..

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