
**Desde su primer contacto con el mar en Sisal, Yucatán, hasta su preparación para cruzar a nado de Cancún a Isla Mujeres, esta nadadora ha enfrentado retos físicos y mentales que la han llevado a superar miedos y barreras. Para ella, la natación es más que un deporte: es una conexión con la vida y un reflejo de su crecimiento personal.
Por Sergio Masté

Desde siempre, Elva Gabriela Canto Fernández sintió fascinación y temor por el mar. La inmensidad del agua y la posibilidad de un encuentro con un tiburón la hacían dudar, pero su determinación por desafiarse a sí misma fue más fuerte. Hoy, con dos medallas en su haber por su participación en el cruce Cancún-Isla Mujeres, sigue persiguiendo su gran reto: tocar la arena isleña al finalizar la competencia.
Entre su amor por la comida italiana y la música ochentera, la psicóloga organizacional y nadadora de aguas abiertas nos cuenta sobre sus experiencias en el mar Caribe, sus miedos, su proceso de superación y su próxima meta.

-¿Cómo comenzó tu relación con el agua?
-Desde que era muy pequeña tuve contacto con el mar en Sisal, un puerto en Yucatán. Recuerdo que fue una experiencia hermosa. Más adelante, desarrollé una pasión por la natación y, a los 15 años, empecé a practicar con técnica. Sin embargo, no fue hasta muchos años después cuando decidí enfrentar el desafío de las aguas abiertas.

-¿Qué fue lo más difícil de dar ese salto de la alberca al mar?
-La mente. Entrenar en una alberca es maravilloso, pero nadar en aguas abiertas es otro nivel. Al principio, mi cabeza se llenaba de miedos: «¿Y si aparece un tiburón?», «¿Y si no resisto las corrientes?». Poco a poco fui trabajando en mi mentalidad, en eliminar esas barreras. No es sólo nadar, es concentrarte, confiar en ti misma y seguir adelante.
-¿Cuándo decidiste participar en el cruce Cancún-Isla Mujeres?
-Hace más de 20 años quise hacerlo por primera vez, pero por cuestiones familiares no fue posible. Luego, en 2022, me inscribí, pero el evento fue suspendido por una tormenta cuando ya habíamos iniciado. En 2023, una lesión en el tobillo me impidió participar. En 2024, nuevamente el clima jugó en contra y cambiaron la ruta por un circuito de 10 kilómetros.

–¿Cómo fue la experiencia en ese primer intento en 2022?
-Increíble y frustrante a la vez. Apenas había avanzado tres kilómetros cuando el clima cambió de repente: lluvia torrencial, olas enormes. Nos retiraron por seguridad. Pero, a pesar de todo, fue hermoso. Vi mantarrayas y tortugas nadando en el fondo, aprendí que los animales marinos se sumergen más cuando hay mal tiempo. Me prometí a mí misma intentarlo otra vez.

-¿Y en 2024?
Fue un desafío diferente. La Marina cerró el cruce por las fuertes corrientes, así que la organización nos propuso un circuito de 10 kilómetros. Mucha gente desertó, pero yo dije: «A mí me sacan hasta en silla de ruedas si es necesario». Fue un esfuerzo brutal porque nadar contra corriente es agotador, pero lo logremos. Aunque sigo sin tocar la arena de Isla Mujeres, cada experiencia me ha fortalecido.

-¿Qué papel juega tu familia en todo esto?
Mi esposo Raúl y mi hijo Raúl Cantón Canto son mis mayores apoyos. Mi marido sufre cada vez que lo intento, pero siempre está ahí. Recuerdo que en 2022, cuando hubo una tormenta, él estaba preocupadísimo. Mis compañeros de trabajo también me han apoyado mucho. Cuando les dije que no podía entrenar porque trabajaba los fines de semana, me dijeron: «Nosotros te cubrimos, pero tú hazlo». Eso me motivó a dejar las excusas y lanzarme.

-¿Qué significa para ti la natación?
Es parte de mí. No la dejaría por nada. Además, es un deporte noble que ayuda en la salud y en la mente. Cada brazada en el mar es un reto de resistencia y superación personal.

-¿Cuál es el próximo reto?
-Seguir intentando el cruce de Cancún a Isla Mujeres hasta lograrlo. Siento que el universo me ha puesto pruebas, pero sigo aquí, sin rendirme. Y después de eso, quién sabe, tal vez me anime a retos más grandes. Lo importante es nunca dejar de nadar.
