Carlos Sansores, del bullying al sueño olímpico

* El camino de Sansores no fue fácil. A pesar de ser uno de los mejores en su disciplina, tuvo que luchar contra la falta de recursos; en lugar de rendirse, usó esas dificultades como combustible para su espíritu competitivo. Cada golpe que recibía, tanto dentro como fuera del tatami, lo hacía más fuerte, más decidido a demostrar su valía.

En el año 2013, un joven de casi dos metros de estatura llegó a la Ciudad de México con un solo par de zapatos y una tímida sonrisa que no revelaba las inseguridades que lo acechaban. Ese joven era Carlos Sansores, un taekwondoín que, a pesar de su imponente físico, estaba lejos de ser el típico deportista que impone respeto desde el primer encuentro. Con sus 1.94 metros de altura y más de 100 kilos de peso, el joven oriundo de Chetumal, Quintana Roo, estaba más acostumbrado a ser el blanco de burlas y desprecios que a recibir elogios.

Al llegar al Centro Nacional de Alto Rendimiento (CNAR), Sansores enfrentó una nueva realidad: el bullying no se detuvo, sino que se intensificó. Con pocos recursos materiales y un equipamiento deportivo limitado, se convirtió en el blanco fácil para aquellos que no comprendían la humildad de sus orígenes. Tenía un par de audífonos donde solo uno funcionaba, y un par de tenis desgastados que eran su única opción para entrenar, caminar y salir a la ciudad. Estos tenis, junto con unas pocas prendas de vestir compradas en tianguis, eran todo lo que tenía para enfrentar el día a día en la capital.

“UN OSO DE PELUCHE GIGANTE”

Mariano Rentería, su primer compañero de cuarto en el CNAR, recuerda con cariño a ese gigante tímido que se convirtió en su amigo más cercano. «Sansores era como un oso de peluche gigante, tímido, pero con un corazón enorme. Nunca dejó que las burlas lo derrumbaran, siempre seguía adelante», cuenta Mariano. Esa amistad se fortaleció cuando la familia Rentería decidió llevar a Carlos a Disney durante una competencia en California. Para muchos, este gesto podría parecer trivial, pero para Sansores, fue un momento que cambiaría su vida. Cuando le preguntaron cuál había sido el día más feliz de su vida, no mencionó ninguna de sus victorias en el tatami, sino ese día en Disney, junto a la familia Rentería. Esa revelación conmovió a Mariano hasta las lágrimas, haciéndole ver lo que realmente importaba en la vida.

El camino de Sansores no fue fácil. A pesar de ser uno de los mejores en su disciplina, tuvo que luchar contra la falta de recursos y el constante bullying que enfrentaba por no tener lo que otros consideraban «necesario» para ser un atleta de alto rendimiento. Pero en lugar de rendirse, usó esas dificultades como combustible para su espíritu competitivo. Cada golpe que recibía, tanto dentro como fuera del tatami, lo hacía más fuerte, más decidido a demostrar su valía.

“TAEKWONDO, UNA FORMA DE DEFENDERSE Y APAGAR EL BULLYING”

El apoyo de Mariano y su familia no se limitó a un viaje a Disney. Con el tiempo, se convirtieron en su red de apoyo, proporcionándole ropa, zapatos y todo lo que necesitaba para entrenar con dignidad. «Le traje una maleta llena de cosas de Estados Unidos, zapatos, ropa, audífonos. Cuando se la di, no lo podía creer. Cerró la maleta, se sentó a escribir en su teléfono, y cuando me desperté, lo vi como un niño en Navidad, revisando todo lo que había recibido», recuerda Mariano.

Sansores nunca olvidó esos gestos de generosidad y, con el tiempo, se convirtió en una inspiración para otros. Hoy, el niño que soñaba con adelgazar sin tener que correr, que encontró en el taekwondo una forma de defenderse y apagar el bullying, con una confianza renovada y una familia extendida que lo apoya incondicionalmente, está listo para enfrentar cualquier reto que se le presente en el tatami. Para él, el deporte es más que una competencia; es una manera de demostrar que, con determinación y corazón, se puede superar cualquier adversidad.

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