El impresionante espectáculo deportivo que mueve masas y millones en Senegal.
En su país son un referente, grandes celebridades, casi semidioses. Fornidos hombres, mayores de 18 años y hasta 135 kilos de peso, que dedican su vida al combate cuerpo a cuerpo en un deporte multitudinario, el Laamb, como denomina el dialecto wolof a un tipo de lucha tradicional muy popular en Senegal. «Es algo único y autóctono de gran impacto social, nuestro emblema nacional. No se trata sólo de un juego, es también un enfrentamiento místico entre adversarios según creencias ancestrales», afirma Moctar Belal BA, cónsul de Senegal en Madrid.
Un reglamento, complejo y estricto, controlado por tres árbitros, regula batallas de un cuarto de hora con tres pausas de cinco minutos. La victoria llega cuando el luchador cae al suelo, es amonestado con cinco sanciones o su oponente no presenta las condiciones físicas o médicas para continuar. «Sólo podemos golpear de frente, nunca en la nuca, en órganos genitales o con la guardia baja. Las patadas no están permitidas pero sí el KO pegando en la cara. Para amedrentar al contrario usamos tácticas de fuerza y movimientos inspirados en animales», explica Cobra, luchador del equipo Pikin Mbolo.
Sólo se puede golpear de frente, nunca en la nuca o en los genitales
Todo comienza con el baccou, en el que, a golpe de tambores, se cantan las proezas de los deportistas. Prosigue el touss, en el que el luchador danza con su percusionista favorito, y finalmente, llega el beure, donde ambos rivales, ungidos con agua bendecida, ceniza o ungüentos varios, saltan al ‘ring’ de tierra.
Los guerreros combaten pertrechados con el ngemb, un nimio taparrabos en el que guardan amuletos y oraciones, y decoran su voluptuoso cuerpo con cuerdas, cueros u objetos sagrados confeccionados por sus chamanes. «Es un deporte que aúna prácticas ancestrales con religión. Todos tenemos un guía espiritual que dirige nuestra carrera», señala. «Nos protegen, nos dan más habilidad y fuerza y nos ayudan a ganar. Los gurús pueden intervenir en la acción benéfica o maléfica de los espíritus y tienen la capacidad de cambiar nuestra suerte», concluye. (agencias)