RARAMURIS, NACIDOS PARA CORRER

Mitos. Arnulfo Quimare y Silvino Cubesare son una leyenda para los aficionados al ultratrail. Christopher McDougall transcribió en Nacidos para correr la esencia de los rarámuris -pies veloces-, una tribu aislada en las Barrancas del Cobre en México. El libro descubrió al mundo entero la existencia de los mejores corredores de larga distancia del planeta. Sus condiciones de vida otorgan a esta etnia una condiciones innatas para aguantar más de 100 kilómetros en sus piernas como si nada.

 

Ataviados con una llamativa túnica, un colorido pañuelo a modo de cinta y sus huaraches -sandalias- en los pies, Arnulfo y Silvino se presentan en la redacción. Es su equipación cotidiana, ya sea para sembrar, cuidar el ganado o participar en la Penayagolosa Trails, de 118 kilómetros. Tras disputar esta prueba en Castellón y antes de afrontar la Quixote Legend (150 km) y la Volta Verdanya (87 km), fueron acogidos por Luis Alonso Marcos. El ultramaratoniano segoviano, tres veces ganador del Gran Trail Peñalara, corrió el Ultramaratón de Los Cañones en 2012. «Les ofrecí que vinieran a mi casa en Segovia, corrieran conmigo por Peñalara y participaran en el primer campus Desafío4Trail_en La Granja», afirma Luis.

Los ojos de Arnulfo y Silvino miran con asombro todo cuanto les rodea. Les cuesta hablar. Su timidez es una barrera casi infranqueable, un dique para frenar las oleadas de una sociedad en las Antípodas de su hábitat natural.

 

NI SECRETOS NI POCIMAS

No hay secreto. Ni pócima mágica cuál aldea de Asterix y Obelix. Las innatas condiciones para la larga distancia son fruto del paso del tiempo. Generación a generación han mantenido imperturbables sus condiciones de vida. La civilización no ha colonizado a los 70.000 rarámuris censados en el estado de Chihuahua, que se distribuyen a lo largo de 18 municipios en la Sierra Tarahumara, por eso también se les conoce como los tarahumaras.

Allí no hay coches ni autobuses porque no hay carreteras. Los pies son el único medio de transporte. Siempre descalzos o como mucho con unos huaraches fabricados con la banda de rodadura de un neumático. «No quieren ver las zapatillas, o mejor dicho, las tenis como ellos las llaman». Arnulfo cambió todas las uñas del pie cuando corrió con ellas: «Mis dedos deben ser libres», señala el tres veces ganador del Ultramaratón de los Cañones.

Ellos no se entrenan. «Para qué nos vamos a cansar», dice Silvino. Corren desde niños. Primero para ir a la escuela, luego para ayudar en la siembra y el pastoreo. También corren en el juego de bola. Por equipos cubren distancias kilométricas mientras golpean una pelota. Pueden estar así días enteros.

Parecen inmunes a las enfermedades que asolan el planeta. Quizá el secreto radique en su alimentación. El maíz es la base de su dieta. Nunca falta, como tampoco los frijoles para desayunar. «Aquí han comido aluviones de La Granja», apunta Luis. Nada de entrenamientos o estiramientos antes de correr. Sin deportivas. Sin pulsómetros. Sin ropa sofisticada. «Me sorprender ver a los corredores con todo eso, nosotros no lo necesitamos, no estamos acostumbrados», relata Silvino, que tras sus viajes a Austria, Costa Rica o España, ahora se entrena «un poquito».

 

CORRO PARA LLEGAR

Arnulfo no ha cambiado sus hábitos: «Corro para llegar más pronto a un lugar o para ir de un sitio a otro». Cuando le regalan zapatillas o pantalones, los rechaza: «Si no los voy a necesitar, ¿para que los quiero?». Y cuando compite, tras correr más de 100 kilómetros, vuelve a la faena:_ «Hay que sembrar».

Como los kenianos
Sin una gota de grasa, su musculatura es la propia de un fondista, solo que no es fruto del gimnasio, sino de arar, tirar de la yunta o cazar. «Con la preparación adecuada podrían convertirse en los dominadores de la larga distancia. A partir del maratón, lo que quisieran._Serían como los kenianos», apunta Luis. Los 42, 195 kilómetros se les quedaron pequeños en los Juegos de 1928. Acabaron más allá del puesto 30 porque les pareció demasiado corto.

A Silvino le gustaría competir más. O que su hijo, de 14 años, pudiera convertirse en un gran corredor, pero necesita ayudas. «Si no cultivamos, luego no comemos», reconoce. Cuando acuden a Europa su rendimiento baja. La alimentación es la culpable. «No se acostumbran a la comida de aquí y, mucho menos en carrera», señala Luis.

En las competiciones de las barrancas comen tortillas de maíz y beben pinole -bebida elaborada con maíz tostado y molido-. «En Castellón no probaba comida en los avituallamientos, bebí un gel y me sentó fatal. Cuando se me acabó el pinole, tuve que bajar el ritmo», reconoce Silvino.

A pesar de todo, sin entrenarse, sin nutricionista, con la incomidad de llevar una mochila en los hombros, acabó decimonoveno tras 14 horas. Ha aprendido la lección. Para su próximo viaje traerá su comida. Avisados están. Así son los rarámuris. (agencias)

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